En Carmona, el pueblo de la foto, por donde pasamos a mediados de agosto, no creo que hubiese cobertura. Era como una aldea anclada en el pasado en la que sólo vimos a un abuelete que se dedicaba a tallar utensilios de cocina como tenedores o cucharas en madera y que apenas hablaba castellano. Supongo que el Gobierno de Cantabria subvencionará ese estado de perpetuo anquilosamiento, ese dejar de lado la civilización frenética de un poco más allá con el objetivo de potenciar el turismo rural, porque todo el pueblo parecía un decorado perfecto de película, sin ningún elemento discordante. Una cabra se alzaba con gracia, y éxito, sobre las hojas más bajas de un arbolito. Las niebla se palpaba y jugaba a contrastes divertidos con el verde intenso de los praus circundantes.
Y bueno, quizá es mejor que termine el verano, porque con cuarenta grados el saxo de Charlie Parker ahoga y casi se echan de menos las tardes de lluvia y frío y merienda y música con los graves altos. El verano es más para Iniesta, que se merece el oro de balón, y para el barquero, que si la desembarca buen desembarcador será.
Agosto no es para pensar. Y 2666 me ha dado la excusa perfecta para ello, y por tanto para no escribir en el blog durante todo el mes: «La lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura, en cambio, suele ser vacío.» Ni un reproche a Bolaño. Ya hablaremos otro día de 2666, aunque la mejor definición la da el propio Bolaño en una especie de párrafo metaliterario en el que podría referirse a su propia obra póstuma, mastodóntica, experimental:
El farmaceútico escogía “La metamorfosis” en lugar de “El proceso”, escogía “Bartleby” en lugar de “Moby Dick” y “Un cuento de Navidad” en lugar de “Historia de dos ciudades”. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmaceúticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.
Y hablando de 2666 y del verano, viene al pelo la cita de Baudelaire que encabeza la novela: «Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento», ese horror al abrir el apartamento sin aire acondicionado en Benidorm con un cargamento de niños y ese aburrimiento en mitad de una playa abarrotada y solitaria en la que el sol duele a poco que uno lea o juegue con las palas o se entretenga con la PSP.
Mi horror. El sms de móvil que con más cariño guardo del verano dicta un escueto y triste «eres tonto?!». Y estoy casi seguro. Mi aburrimiento. En uno de esos ratos de tedio de las eternas noches de agosto aprendí todos los decimales que mostraba el iPhone del número pi: 3,141592653589793. Y porque no había más. Sólo quedaban las estrellas. Sólo quedaban las luciérnagas brillando en La Pesquera y el canto de los grillos y la marmita hecha pedazos sobre el asfalto de La Recortá.
sublime!! esa gran cita del iPhone que tantos buenos ratos nos hizo pasar jaja
Potenciar el turismo rural?? pero si a ese pueblo no va nadie!! xD
te falta el segundo sonido del viaje…»porque cantando hasta el espíritu santo se pone blando»
Huy, la foto se parece bastante a este paisaje de Ecuador: http://lh5.ggpht.com/_GXwn-hktEmg/TDPHMmAzFHI/AAAAAAAAAQM/Gvb3G3WYX6Y/s912/pano.jpg