La fina línea del abismo


Barrio de Belem, Lisboa, verano 2009.

Según indago, leo por ahí que cuerdo es quién actúa con prudencia y sensatez y sensato el que se comporta con serenidad e inteligencia, sereno quién es apacible y/o no está borracho e inteligente quién denota una gran capacidad intelectual. Se deduce entonces que cuerda es aquella persona prudente, sensata, serena, apacible, con gran capacidad intelectual y que se encuentra en un estado sobrio.

A la luz de esa definición, parece casi imposible considerarse cuerdo. Y muchos se pavonean de sensatos y desprecian a los demás con insultantes ¡ese tío está loco!, como si ellos estuviesen eximidos de toda culpa, o trastorno.

La locura y la cordura parecen separadas por una línea extremadamente fina y débil, una frágil película divisoria tras la que se agazapa el abismo. Como le sucedió a Léolo, que se intentaba auto-convencer cuerdo: «porque sueño yo no lo estoy; porque sueño, sueño, porque me abandono por las noches a mis sueños». Léolo, en el filo, que decidió tomar el camino más corto. El camino más corto, el que lo arroja a un abismo eterno, hasta que la voluntad de reinserción tiene todas las de perder contra la abnegación ante los hábitos adquiridos.

Supongo que suele suceder que no medimos las zancadas decisivas y por eso nuestros tropiezos se convierten en fatales. Se da por sentado que lo fácil es no equivocarse, que es sencillo caminar por los senderos de lo esperable y deseable, que la inercia nos conduce sin error. Como si nos hubiésemos grabado a fuego el convencimiento en que nuestro camino de sensatez es el único válido.

Porque sueño yo no lo estoy, yo no estoy tan seguro.

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