Hachedoso


Fotograma de La tumba de las luciérnagas, 1988.

El otro día estuve revisitando La tumba de las luciérnagas, una imprescindible película de animación de hace dos décadas. Un joven huérfano llamado Seita y su hermana pequeña, Setsuko, intentan sobrevivir en tierras japonesas durante los bombardeos americanos de la Segunda Guerra Mundial. Apostaría a que es la película de animación más triste de la historia. Setsuko sufre un largo calvario de deshidratación, hambre, frío y pobreza en una época de escasa ayuda y alimento.

El inmenso océano que simboliza los sueños y alegrías de esa infancia, la de Setsuko, siempre infinita en todos sus confines, se va secando progresivamente. Hasta reducirse en la orilla de sus delirios en un pedacito de escarcha cerrada y pobre que gotea de un pedazo de hielo en venta. Así de triste esa involución de ilusión y energía; así de triste esa falta de agua. Cómo evitar las lágrimas en una película que muestra las enormes lagunas de insolidaridad humana y la humillación de una infancia incompleta.

Setsuko tan sólo quería un vasito de agua que curase su deshidratación y la alejase de los fantasmas del delirio para seguir soñando con las luciérnagas que iluminaban su futuro.

P.S. Esta entrada forma parte del Blog Action Day 2010, una iniciativa que cada año intenta abrir un debate a nivel planetario y que este año está dedicado al agua.

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