Una transformación, o dos

Intimidad
Ikea e iPod, baluartes de la globalización (abril 2010)

Era como la luz anaranjada de las farolas de algunos pueblos manchegos, sobria pero con aires de íntima calidez. Una habitación así, tenue, vaporosa. Una cama amplia y algodonosa. Mientras ella se descalzaba sus largas botas de forma desapasionada o quitando hierro al asunto o desentendiéndose de mi intención, me llamó la atención ese libro sin título sobre una moderna mecedora de llamativa funda roja. Lo abrí y leí al azar: blablabla y «en mi transformación no existía el menor deseo de conflicto o rebelión, sino solo el propósito de un desamarre sin rumbo.»

Plas. En el clavo. Justo lo que me rondaba los últimos meses durante las tardes de niebla y oscuridad. Y ni siquiera había sido capaz de poner nombre a mi silenciosa metamorfosis, tan bien definida ahora gracias a un libro sin título. Una revolución pacífica que desea un cambio profundo sin el temblor de ningún elemento cotidiano, como si uno quisiese una larga noche de amor en una cama y que al día siguiente las sábanas siguiesen intactas, algo así. Y yo ansiaba una mansa metamorfosis, no brusca como la del bicho raro ese, no un abismo entre dos vidas, sino un dejar hacer a las olas del mar o de la sociedad o de mi capricho.

Y en ese momento ella regresó de desmaquillarse del baño convertida en una mariposa y ya me daba igual ser cucaracha, larva o no saber si me abrirían en casa transformado en insecto. Cerramos la puerta.

Un comentario en “Una transformación, o dos”

  1. Me encanta. En esas rebeliones sin demasiadas estridencias también andaba yo inclinándome, descosiéndome para volverme a recomponer como si nada hubiera realmente ocurrido a los ojos del público. Un truco de magia muy bien logrado…pero lo mejor es salir de esa crisálida, o mejor aún, ver cómo sale una hermosa mariposa… ;).

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