Han pasado dos semanas desde la efeméride del título, pero uno de los protagonistas no me había relatado su singular experiencia en el San Valentín de este año hasta hace pocos días. Pongamos que se llama Abel. Abel acudió un viernes noche a un conocido club nocturno de la comarca acompañado de un par de amigos. Los tres parcialmente ebrios y ansiosos de desarmar el fin de semana desde los primeros brotes. Los amigos de Abel pronto encontraron acomodo cariñoso en el local y él se quedó solo durante un rato, ignorando a las potenciales beneficiarias de su amor, tomando una cerveza. Mientras tanto, observaba el peculiar ecosistema del local y cavilaba el protocolo de sus compañeros nocturnos.
Al final admitió la compañía de una prostituta muda. Si en un club es difícil estar solo, al menos encontró una forma de ahorrarse la conversación. Más por caridad que excitación aceptó subir con la atractiva Simona, según le dijo que se llamaba una compañera de trabajo, a una habitación. Pagó las sábanas y la cuota y subieron en silencio. Ella se aseó y se desnudó y todo lo demás, esas cosas. Al salir un rato después ella le devolvió el dinero y le apuntó su teléfono, a saber por qué, no iban a ser las palabras quienes desenroscasen esa duda. Algo le habría gustado de él, ¿no? Por educación y porque, qué demonios, nunca se sabe a quién se necesitará, Abel también apuntó su teléfono a Simona.
Unos días después, precisamente el catorce de febrero, Abel recibió un sms. Algo del tipo hola abel soy simona esta noche no trabajo taptc quedar a tomar algo? Y bueno, como él mismo me confesó, no había razones para decir que no a una chica, y menos el día del amor y cultivando la soltería. Es cierto que presentía extraña la cita, con una chica muda y sin conocer nada del lenguaje de signos. La incertidumbre lo mantuvo distraído todo el día.
Estuvieron tomando unos vinos en un bar de un pueblo que ni era el de Abel ni el de Simona ni el del club, sino uno ajeno e imparcial. Simona era encantadoramente cariñosa y con atino suplía la falta de conversación con caricias, sentido del humor y una sonrisa inocente. Parece mentira que pueda tener una sonrisa tan virginal, me comentó irónicamente Abel. Ella le enseñó curiosidades sobre el lenguaje de signos, como que los meses del año se signan con elementos representativos de esa época del año. Así, para decir agosto se simula que se está segando, cortando un manojo de trigo con la hoz. Un gesto elegante y simbólico. Abril se signa indicando el centro de las palmas de las manos, como simbolizando los clavos de Cristo, la época de la Semana Santa. Para decir febrero se sitúa la mano en la cara de forma vertical, como partiendo la cara en dos mitades, símbolo de las máscaras y del Carnaval. No habría imaginado Abel un lenguaje tan poético.
Pasaron la noche del insólito San Valentín en casa de Abel. No sé si felices, pero sí en una dulce insconsciencia. No sé si amorosos, pero sí despreocupados y salvajemente sentimentales. Abel me dijo que la noche estuvo bien. Así de aséptico es él.
El fin de semana volvieron a quedar para cenar. Ahora la incertidumbre sería menor, o eso pensaba Abel, que si bien estaba lejos de estar enamorado al menos sentía más ajeno el sentimiento de soledad. En esta ocasión el protocolo era más predecible. Terminaron queriéndose en casa de Simona hasta que flaquearon las fuerzas.
Y luego comenzó a prepararse para dormir. Joder, yo pensaba que se me desmontaba. Se quitó las pestañas, que yo ni sabía que eran postizas. Se quitó la peluca, bueno, no era una peluca, sino extensiones de pelo moreno que le daban un aspecto completamente diferente. Luego se quitó las lentillas. Joder, yo que pensaba que Simona era una morenaza de ojos verdes y resulta que apenas tenía pelo y sus ojos eran del montón. Los labios también se los podría haber quitado, porque la naturaleza no se los había dado de serie. Me sentí como estafado, como víctima de la sociedad esclava de la belleza simulada. No me quedó más alternativa que asumir que ella ya no era Simona, así que recogí mis pantalones y me marché. No me ha vuelto a escribir ningún sms.
Tremendamente insólito… Aunque, con cierto paralelismo, real como la vida misma.
pues Abel me parece un cabrón!!! y eso le pasa por enamorarse de unos ojos, un pelo y unos labios!!