Tan sin saber

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Obra cuyo título no recuerdo, Xabier Bande, Villaescusa de Haro 2011.

«De pronto Pancho ya no parecía tan estropeado por el alcohol
ni yo tan sin saber qué hacer con mi vida».

[«Los detectives salvajes», Roberto Bolaño]

Tan sin saber qué hacer con mi vida he vendido mi coche y mi cámara de fotos. Del coche, fiel VG9, me he quitado la letra y todavía me ha quedado un pellizco que ahorraré para hacer un viaje a Nueva Zelanda el verano que viene. La Nikon, con sus objetivos y su funda, me ha dado más pena, porque desde el 2 de febrero de 2010 ha estado conmigo en tantos lugares, desde las Tablas de Daimiel a Dubrovnik pasando por Dublín o Mojácar. Todavía conservo la bici y el portátil, por pura necesidad, y los libros y las series en DVD, por puro placer. Y así, tan sin saber qué hacer con mi vida la incertidumbre me ha conducido a empezar por desprenderme de ¿lo superfluo? No, de todo, sin discriminación. Sin chica, sin trabajo, sin piso, sin coche, sin motivación, sin el frío que reclamo y no llega (este verano no termina nunca, o mejor, este verano no se me termina nunca). Esta sustracción de un total desconocido me recuerda a una frase de Adolfo Martínez: «El día que me dejó la mujer decidí desprenderme del televisor. Para redondear más mi libertad.»

Y tan sin saber qué hacer con mi vida ni siquiera tengo un plan de escape infalible. Quizá porque existen fuerzas invisibles que no se ven, valga la redundancia, porque no se ven. Supongo que además queda la turbación al ver una exposición de fotografía artística de Xabier Bande. Queda la ilusión por imaginar la materialización de proyectos de envergadura. Queda la satisfacción de arrancar una sonrisa a un auditorio de quinientas personas. Queda el orgullo de los alabarderos de honor. Queda la confianza en ir labrando con paciencia un futuro siquiera un pelín más agradable y justo y sostenible (en el sentido menos demagogo y manido del término). Queda la complacencia al vislumbrar caras iluminadas bailando una sevillana o saltando en un cubículo de bolas de goma. Queda la desesperación al leer el periódico, la misma desesperación diaria que afortunadamente no asumo como cotidiana y rutinaria. Queda París, supongo, aunque no lo voy a comprobar, por la diabetes.

Pero no es sumar y restar; son ecuaciones diferenciales. Mucho más fácil porque ni siquiera se trata de resolverlas sino de ver lo impactantes que quedan garabateadas sobre el papel y dejar el lapiz negro y amarillo al lado y salir a la calle a estropearte por el alcohol.

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