Miró a través del cristal de la ventana. Había llovido durante las últimas semanas, pero ese día salió el sol. Abrió la ventana para comprobar que la temperatura era lo agradable que prometían los rayos solares. Ya era junio y, aunque el mal tiempo de finales de mayo pareciese anacrónico, ya se sabe que cuando marzo mayea, mayo marcea. Aún con todo, se puso el abrigo y cogió el paraguas antes de salir a la calle. No quería que el tiempo cambiase, prefería que las cosas siguieran tal y como estaban. Sudaba mientras caminaba pero se resistía a desprenderse de la ropa de abrigo. Los viandantes rumoreaban, ese chico está loco, con el calor que hace, mira si le falta un tornillo, a ver si es que tiene alguna enfermedad. No. Simplemente le había ido bien hasta entonces y no entendía por qué había de cambiar.
Otro que echa de menos los días lluviosos… llegó el verano, y mira que no me ha alegrado mucho, calor exámenes = mucho asco, je je je je. Habrá que adaptarse poco a poco…
y es que nunca llueve a gusto de todos, porque ella desempolvó la «silk epil» (perdone la publicidad), barrió los 100gramos de pelo que quedaron desperdigados por el parquet, se enfundó la criticada faldita de colegio de monja y salió a la calle a disfrutar del sol y del polen.;p
La gente no le puede mirar y llamarle loco porque ya están acostrumbados a situaciones así: no es el único que lo hace.
Viva la lluvia y las nubes, ¿qué derecho tiene el tiempo que obligarme a cambiar?