La mano en el fuego

¡Sonamos, muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo,
después es el mundo el que lo cambia a uno!

[Mafalda]

Pistorius. Lance Armstrong. Amy Martin. Isabel Pantoja. Bárcenas. Por quién pondrías la mano en el fuego. Cuando los periodistas -como Ansón– atacan despiadadamente para luego confirmar que su información no estaba contrastada. Cuando los políticos se centran en vender su producto en vez de en madurarlo y en atacar en vez de en demostrar. Cuando los reyes van a las fincas cercanas de cacería con poderoso personal de confianza y chicas confiadas de poderosas virtudes. Cuando los investigadores se preocupan más de buscar financiación para su próximo congreso en el otro lado del mundo que del beneficio del mismo. Cuando los informáticos subcontratan a chinos y/o indios para que hagan su propio trabajo. Cuando unos se escandalizan por la desvergüenza del informático sin mirar la ropa que visten. Cuando otros aborrecen los sueldos de color oscuro mientras gustan de jugar siempre al margen de la ley. Cuando los poetas quieren ser trascendentales y a lo único que pretenden es follar más. Cuando quieres aspirar a todo pero rechazas luchar por conseguirlo y prefieres llorar en cualquier esquina tu frustración. Cuando los intelectualoides admiran en el fútbol una mística estúpida. Cuando los borrachos se machacan en el gimnasio y les duelen los triglicéridos mientras los deportistas toman gintonics de veinte euros creyéndose ante una obra de arte. Por quién pondrías la mano en el fuego. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

Ahora todas las farolas de las autovías están apagadas y los baches se multiplican sin misericordia en el asfalto de cualquier población. Quizá nunca las volvamos a ver encendidas. Ojalá, como escribió Dickens, llegue la primavera de la esperanza tras el invierno de la desesperación. Me niego por igual tanto a declarar irreversible la catástrofe como a brindar por una cercana época dorada. Viviré una guerra, pero no será ahora y no será aquí, y me pillará demasiado viejo para ser ágil y demasiado joven para esquivarla. Cómo terminará no lo sé, no es lo importante. Eso de que aprenderemos la lección es mentira, de los fracasos se aprende pero a la postre los errores se olvidan. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

La sobredosis de información es abrumadora. Me sobra el noventa por ciento de lo que leo pero me falta el noventa por ciento de las cosas que no me quieren contar. Con esta perspectiva es inevitable aborrecer la actualidad. Sólo merece la pena indagar tras retazos de intimidad y detalles de cómo se las arreglan otros: «se trata básicamente de tirar para adelante y hacer las cosas de forma tan sencilla que parezcan estúpidas. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que aspiraba a la trascendencia; fue la etapa más insufrible de mi vida. Colaba frases de Shakespeare en algún reportaje, pretendía emocionar en las columnas o hacía pomposas reflexiones acerca de la vida y la muerte que daban vergüenza ajena leer. Pero he abominado de la solemnidad.»

Supongo que cada uno tiene una clave de supervivencia, única incluso aunque sea clonada de imposiciones televisivas. A algunos les da por empezar a leer el diccionario desde el principio, que no juzgaré si es más lógico que leer Si una noche de invierno un viajero. A unos amigos les dio por comerse todas las hojas del tablón de anuncios de un bar, eso sí, bien aliñadas con aceite y vinagre. Incluso bandos municipales se tragaron. Los curiosos que merodeaban se atrevían a probar el supuesto manjar después de llamarlos locos y antes de llamarlos héroes. También los hay que sólo quieren joder al mundo, por eso de la autodefensa, como Alan Sillitoe. Supervivencia y efecto acción-reacción.

Falta la reacción.

2 opiniones en “La mano en el fuego”

  1. Abominar de la solemnidad tal vez sea de tontos pero no de ingenuos. Quizá tengas razón. Quizá la ingenuidad esté sobrevalorada.

    ¿Por quién pondría la mano en el fuego? Conocí a uno que repetía muchas veces -no me fío de la mitad de la cuadrilla. Y eran un padre y un hijo.

    Y acabo de descubrir que Alan Sillitoe escribió algo más que el libro cuyo título todo el mundo cita pero que nadie, o casi nadie (¡yo sí! ¡Yo sí!) ha leído. Aunque igual el fragmento está sacado del libro y quedo ahora como Cagancho en Almagro. Voy a consultarlo.

  2. Nadie es perfecto, sería un coñazo si así fuera. Pero la imperfección d algunos/as es dolorosamente escandalosa.
    Me quedo con los hechos confirmados y contrastados.
    A mi también me sobra el 90% d lo que leo, de lo que oigo y sobre todo de lo que veo, esto último me hace daño, me entristece, me deprime, me hace perder la confianza en el género humano pero siempre me quedará la esperanza, si no fuera así no merecería la pena estar aquí.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *