Cerdo finiquitado en la finca La Nava hace un par de temporadas.
Me emborrachaba entre sus brazos,
ella nunca bebía, ni la vi llorando,
yo hubiera muerto por su risa,
hubiera sido su feliz esclavo.
[La mataré, Loquillo y los Trogloditas]
Ali repite que nació en la provincia cuarenta y nueve del Estado Español y sin embargo, qué paradoja, es inmigrante en Villaescusa de Haro, lo que debería ser su propio país. Nació en El Aaiún, al que él se refiere con la coletilla ocupado, Al-Aaiun ocupado, pero tuvo que emigrar de muy niño a los campamentos de Tinduf. Esa historia de intereses políticos y personas ninguneadas. La habitación que nunca se limpia.
Ali es divertido porque tiene un español con acento mitad árabe mitad cubano, nada menos. Allí, en Cuba, se graduó en la facultad de pedagogía en Defectología, que es a lo que aquí llamamos educación especial, y repite de memoria el nombre y apellidos del señor que le firmó el diploma de estudios. Echa de menos Cuba porque allí podía piropear a todas las mujeres que pasaban por la calle y evaluar su culazo o sus pechos sin cortapisas, «¡culona, menudo caminar!», «¡qué tetitas tienes, mamita!», mientras aquí las mujeres son tan serias, tan íntegras, tan honorables, que incluso un ¡guapa! parece que llega a ofender.
Además de piropear, Ali reza. Yo pensaba que los musulmanes oraban en dirección a La Meca, y resulta que lo hacen en dirección Norte, lo que para cualquiera del pueblo es Fuentelespino de Haro, asociación neuronal espontánea. Tampoco sabía que si el trabajo te impedía hacer el ramadán, podías posponerlo y pagarlo a plazos por días antes del siguiente ramadán. Me enseñó un librito muy similar al catecismo de iniciación a la oración en el Islam. Cada día hay más cosas que no sé.
En verano, cuando el pueblo arde durante el día y regala una agradable tregua durante la madrugada, Ali saca sus colchones y alfombras al patio para dormir bajo las estrellas que el mundo rural todavía disfruta. Y ahí interseccionan tres elementos: la salsa, el té y el cerdo. Me explico. Ali es un enamorado de la salsa cubana, por eso, a pesar de sus escasos recursos tiene un reproductor a pilas que le pone banda sonora a sus noches en el patio, y la baila en soledad rememorando a sus mamitas cubanas. Mientras, toma el omnipresente té verde que le traen directamente desde los campamentos con ese ritual casi místico, en tres vasitos: el primero amargo como la vida, el segundo suave como el amor y el tercero dulce como la muerte. La vida en un sorbo. Ali bailando salsa y degustando té bajo las estrellas mientras en la pared de detrás se escucha el gruñido del cerdo del vecino, ese sonido tan desagradable que hacen los gorrinos y que no invita a nada romántico. Ali quiere matar al cerdo, aunque no se lo pueda comer, y está en su perfecto derecho.
Llegarás a no saber nada.
Según tengo entendido, pocos saharauis emigran. Es cuestión de honor. Tienen que estar en su territorio. Es su manera de defenderlo. Si se dispersan se sentirán derrotados.
Si se ora mirando hacia el norte, ¿hacia dónde se mira en el polo norte magnética? Es una tontería, ya lo sé, pero por si acaso.
Y si mata al cerdo que nos avise. Tal vez no tengamos su derecho, pero donde estén la panceta y las morcillas que se quite el derecho.