Ajedrecistas, Bobby Fischer y J.C. Monedero
Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: «pareces cansado»
y aún no ha salido ni el Sol.
[Ana Belén, El hombre del piano]
He estado leyendo durante esta semana la atractiva serie acerca del ajedrecista Bobby Fischer que publicó E.J. Rodríguez en Jot Down, a razón de un capítulo diario de lunes a domingo. El sabor final, un coitus interruptus, como la vida profesional del genial neoyorquino, desaparecido de la escena público desde lo más alto del título mundial logrado en 1972. El resto es leyenda.
La conclusión evidente de la narración de su vida es que Bobby, más que un genio o un niño prodigo, era un obstinadísimo empollón. El ajedrez no se restringe al ámbito de la inteligencia, sino que es un juego en el que la creatividad baila en el acotado redil de la memoria. Si Fischer era el mejor, valorando de forma justa su inalcanzable cociente intelectual, era por su trabajo continuo y estudio obsesivo de las partidas de la historia del ajedrez. Era capaz de recordar en un momento dado una partida memorizada del s.XIX por similitud con las alternativas presentadas por un rival. Al final todo es trabajo, y pasión.
Fischer era un simple ajedrecista y, sin embargo, las circunstancias lo convirtieron en un símbolo de identidad nacional, la punta de lanza de la lucha capitalista contra el comunismo en la Guerra Fría, la respuesta a la inacción, la materialización de una esperanza de victoria supradeportiva. Fischer representa el concepto 2 de ilusión cuando traspasa la frontera del concepto y se hace carne.
www.rae.es – Ilusión: 1. Concepto sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. 2. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
Juan Carlos Monedero no sé si juega al ajedrez pero su foto de twitter, la de arriba, es pose ajedrecística. Monedero, ideólogo de pOdemos, de estética comunista a lo Bertolt Brecht, escribió hace tiempo un libro vivo denominado «El gobierno de las palabras». Qué casualidad que me lo prestaron justo en mi iniciación política hace tres años, cuando era un desconocido profesor de políticas, muy buen orador según sus alumnas. Hace poco lo desempolvé para intentar ir conociendo los cimientos del nuevo fenómeno político español.
«El gobierno de las palabras» es un libro absorbente, tremendamente denso y analítico, y también empalagosamente intelectual, con multitud de referencias filosóficas y análisis de ideas teóricas. Me dan ganas de colgarlo como hiciese Duchamp: “La idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano, la naturaleza.”
pOdemos es, como Fischer, una ilusión. Más aún: no es una esperanza política sino una esperanza vital, lo que supone un tremendo peso sobre sus espaldas. Una carga inaguantable, considero. El tiempo irá explicando, como suele, a qué acepción de «ilusión» se circunscribe pOdemos, valga la redundancia.
Tal vez, pensando en el futuro, lo inteligente fuese leer a Monedero. Pero no me apetece. Ahora, lo de Fischer sí que tiene buena pinta. Con el ajedrez me pasa como con el boxeo y con los toros. Ni los veo ni los sigo con entusiasmo, pero me encanta leer sobre ellos.