La Alhambra, joya del patrimonio nacional.
Sólo quedará sin probar un sentido:
el del ridículo por sentirnos libres y vivos.
[Qué bien, Izal]
Hace dos años ya publiqué sin pudor un egopost para engavillar sensaciones y acontecimientos del año vivido. Si entonces me atreví, por qué no ahora. Conviene hacer recuento de vez en cuando y corregir desvíos en la brújula. Si no miras atrás es difícil orientar el camino, como cuando pintas las líneas de cal del campo de fútbol, que si coges la marcadora y te encaras hacia delante, sin tomar referencias detrás, cuando llegas al córner opuesto te das la vuelta y te avergüenzas del churro de cal que te precede. En fin, en 2014…
Me desvirgué como testigo delante de un juez mientras el fiscal arremetía contra mis decisiones. La verdad se impuso y el juez desestimó la demanda.
Percibí el poder del mundo antiguo paseando por el patio de los leones de La Alhambra durante una agradable noche de junio.
Celebré el X Aniversario Erasmus 2004-2014 rememorando por Udine un tiempo pasado de cine, frío, italiano, soledad y alcohol. Repitiendo spritz con bruschetta de lardo en la Polse, repitiendo pizza de ricotta y prosciutto San Daniele acompañada de birra Moretti, repitiendo por enésima vez el paseo desde el videoclub hasta el piso sobre la tienda de periódicos, viajando otra vez en los trenes regionales de los mil retrasos y cancelaciones.
Competí en varias pruebas de MTB del circuito provincial para darme cuenta de lo fina que es la línea de la decepción y la satisfacción, del sufrimiento y el gozo. Y alabé a la naturaleza por su capacidad para ofrecer trazados singulares en cualquier entorno.
Fui presidente del jurado de la gala de Carnaval de un pueblo vecino, sin saber de disfraces ni de samba. Respiré aliviado cuando comprobé que el público aprobaba mi veredicto. Lo pondré en el currículum.
La suerte de la lotería de Navidad me sonrió en forma de cesta de turrones; desde que me tocó un año de taekwondo gratuito en el gimnasio de Mota hace unos 16-18 años no había acertado. Lo importante es ganar, qué se gana es tangencial.
Oficié cuatro bodas civiles, lloraron tres novios y dos novias, y me aprendí de memoria que «en virtud de los poderes que me concede el Estado Español, yo os declaro unidos en matrimonio». Ya me resulta extraño asistir a una boda como invitado.
Descubrí el carnaval callejero de Cádiz entre desnudos y fríos baños en el Atlántico y chirigotas en tarimas de pubs decadentes.
Dediqué multitud de horas a la elaboración de una guía turística de referencia de Villaescusa de Haro: documentación, redacción, síntesis, corrección, fotografía, maquetación. Considero personalmente que el trabajo ha merecido la pena, aunque las fotografías en solo unos meses hayan quedado obsoletas porque el convento dominico ya luce cubierta y a la fuente «romana» le brillan nuevos muros.
Descubrí que a un guardia civil no le gustan los gintonic después de comer. Él se lo pierde.
Me empapé de política con el libro autobiográfico Fuego y Cenizas de Michael Ignatieff y con la serie House of Cards, dos visiones contrapuestas de ambiciones similares.
Descubrí que un folio podía ser un gran regalo de cumpleaños.
Me tropecé en la catedral de Cuenca con los presidentes de mi país, mi comunidad y mi provincia. Una simpática anécdota.
Sentí cómo la música de Massive Attack en directo cosquilleaba mi alma aunque algunos digan que escucharlos en Benidorm es como tomar un gintonic premium en una taza de café.
Comí, por supervivencia y por placer: canelones de pato en la Parrilla Albarracín de Zaragoza, pescaíto en Lute y Jesús de Almuñécar, pulpo a la brasa en el Fogón de Enrique de Mota, solomillo de jabalí en La Bodeguita de Consuegra, calamares en Las Rejas de Las Pedroñeras, bacalao «a la portuguesa» en Los Castuos de Badajoz, huevos rellenos en Casa Petra de Miguelturra, y mucho más.
Viví ese instante en el que se congeló el tiempo para que Sergio Ramos levitase y golpease con su alma un balón al fondo de las redes. Luego dicen que el fútbol es solo un juego.
Sufrí los lanzamientos de Marc cuando el balón no cabía por el aro y la maldita Francia nos robaba una ilusión dada por hecho. Me acosté intentando convencerme de que habían perdido ellos, como si tuviese que sacudirme la decepción.
Solo corrí una gran carrera a pie y conseguí terminar contento el recorrido de 5,45 Km en 22’07» (4’04»). Mi satisfacción no fue completa porque mi cabeza coartó la fuerza de mis piernas sin consentimiento de mi espíritu.
Me acerqué a ver a San Antonio de Padova para enseñarle que había hecho un buen trabajo.
Adquirí destreza en el noble arte del tute subastao tras multitud de calaverazos. Rezo para no pasar nunca al bando de los espectadores con ínfulas de profesor omnipotente.
Firmé insulsos convenios que nunca dejarán impronta en la calidad de vida de los vecinos.
Traje una bicicleta eléctrica del hospital de parapléjicos de Toledo y me emociono al pensar que trabaja diariamente para convertir sueños en realidad.
Hubo unas elecciones que supusieron en el pueblo el espaldarazo generalizado al rival y en España el nacimiento de una ilusión.
Celebré mi segundo aniversario en DocPath constatando que la curva de aprendizaje va perdiendo desnivel.
Repetí tantas veces «Dios proveerá» que ahora Él tiene la responsabilidad de no fallarme.
Maté muchas moscas pero muchas sobrevivieron.
En tu pueblo, el chiste de que por cada mosca que se mata acuden mil al entierro es una verdad como un templo.
Esta bien eso de pasarle la responsabilidad a Dios.
De Sergio Ramos no opino.
Y te veo entrenado para cuando te toque a ir a una boda como novio. Que no se te ocurra oficiar a ti.