La España Vacía

Sin título

Tierra de conquistadores,
no nos quedan más cojones,
pues si no quieres irte lejos,
te quedarás sin pellejo.

[Extremaydura, Extremoduro]

Es cómodo esperar a que llegue la Navidad para que críticos y escritores publiquen sus listas de lo mejor del año que finaliza y así no errar en los regalos navideños. Con el paso de los años resulta relativamente sencillo inferir, a partir de una breve reseña de esos libros top, los que merecen la pena de los que son productos puramente comerciales y de los que tratan asuntos ajenos a mis inquietudes. Hace unos días revisé las lecturas que habría lamentado perderme en 2016 de Enric González, con lo que me remití al genial artículo En la España sin nadie de Antonio Muñoz Molina. Y así, sin más retórica, decidí regalarme «La España vacía».

«La España vacía: viaje por un país que nunca fue» es un extraordinario ensayo de Sergio del Molino (Madrid, 1979, 37 años) que estudia el éxodo a las ciudades, sobre todo el fenómeno producido entre los años 50 y 70 al que llama «El Gran Trauma», y las consecuencias del vaciamiento de gran parte del interior de la península. Sin ir más lejos, recomiendo echar un vistazo a este gráfico de la evolución de la población en Villaescusa de Haro, donde se ilustra con triste clarividencia el gran trauma.

Sergio del Molino describe con tremenda sensibilidad el desamparo del interior de la península afectado por la despoblación, una región mesetaria sin mar ni playa que ocupa más de la mitad de la superficie de España y, por contra, solo cuenta con el 15% de la población. Junto a Laponia y el norte de Suecia, la tercera región más deshabitada de Europa. A través de un lenguaje preciso y literario y desde una mirada atenta, didáctica y sensible, analiza un fenómeno que incide en el carácter español de forma muy notable, desde nuestra asepsia patriótica hasta nuestros vínculos familiares.

En cualquier caso, no es intención del autor limitarse al éxodo franquista, sobre todo porque es consciente de que «la confrontación entre una España rural y una España urbana es anterior a la revolución industrial y a cualquier éxodo campesino». De hecho, subraya que «hay una corriente de fondo que observa el campo como un espacio salvaje. La civilización frente a la barbarie». Sin ánimo de ofensa, el escritor relata algunos de los episodios de la España negra, miserable y bárbara como Fago o Puerto Hurraco: «pienso en las historias de violencia que todas las comunidades pequeñas contienen. Los odios de siglos, las rencillas que el roce y la moral de vía estrecha acentúan, el aburrimiento. Todo se reduce a una cuestión de heterofobia«. Concluye que la falta de estímulos sensoriales provoca efectos devastadores sobre los individuos y propicia la aparición de trastornos mentales. En el entorno hermético y diminuto del pueblo, las tensiones y disputas se magnifican hasta niveles insoportables.

Se incide en el paisaje y el concepto de mar de tierra, imagen ampliamente utilizada en la literatura española. Como si los habitantes de estas latitudes fuésemos marineros cuasi náufragos, «campesinos pobres desperdigados por una meseta de clima hostil». Subraya que en esta relación, los pobres, cuando consiguen contarse a sí mismos, escoran el punto de vista hacia la dignidad, el esfuerzo y la honradez.

Del Molino huye del elogio de aldea (beatus ille) para mostrar con desnuda crueldad la desesperanza de la vida rural y el abandono político de nuestro campo. Por mi posición política y mi actitud vital no me quedó más remedio que aplaudir las atinadas observaciones del joven escritor, cruelmente sinceras, tras la lectura de algunos párrafos. Y eso que advierte que «no pertenezco al lugar y tiendo a idealizarlo, a caricaturizarlo o a explotar su pintoresquismo». Más aún: «es muy difícil viajar a la España vacía sin la aprensión del explorador de lo exótico o sin la ilusión del misionero que va a salvar a los indios». Lejos de esas premisas, se ha de reconocer una exhaustiva labor de investigación que salta entre referencias a Bauman y Muchachada Nui, a Lipovetsky y Extremoduro, al teatro de la Barraca de Lorca y Amanece que no es poco. Todo junto en un ejercicio casi de autopsia de un país.

Al final, en palabras del autor, la España vacía resulta ser un mapa imaginario, un territorio literario, un estado (no siempre alterado) de la conciencia; un frasco de las esencias que, aunque esté casi vacío, conserva perfumes porque se ha sellado muy bien. Fueron muchas las familias que emigraron a la periferia de las ciudades en los años ya citados pero que siguen teniendo el pueblo como referencia nostálgica, aunque Del Molino recuerde que «la nostalgia es una expresión suave y resignada del miedo». Al fin y al cabo, aunque los pueblos se vacían, «existir en la memoria es una de las formas más poderosas de existencia que conocen los humanos».

***

Compré «La España vacía» desde un rincón conquense de esa España vacía en las que las carreteras se hacen para huir y no para venir. Amazon me lo envió en apenas dos días; el transportista de Seur ya conoce el camino a casa. Pienso en lo díficil que me resulta creer ciertos capítulos del libro, aunque en realidad creo que acierta Sergio del Molino en sus apreciaciones al respecto de la vida rural, si bien notablemente más matizadas y suavizadas de lo que la literatura le exige.

Intento identificar los inconvenientes que tiene vivir en la desértica meseta. Hace mucho frío en invierno. No hay mercadona. Solo hay un bar abierto cuando salgo del trabajo. El cine está a media hora y el aeropuerto a hora y media. Ayer rompí las cuerdas de la raqueta jugando al frontón y tendré que recorrer más de veinte kilómetros para encordar de nuevo la raqueta.

2 opiniones en “La España Vacía”

  1. Pues me lo apunto, aunque la frase «desesperanza del mundo rural» suene demoledora sin menoscabo de su belleza. Las palabras más bonitas en castellano empiezan por des (desencanto, desasosiego, desesperación…).

    Laponia, norte de Suecia y la meseta. El «desamparo del interior de la península». Demoledora, Hermosa. Desamparo.

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