He pasado un buen rato gugleando infructuosamente para encabezar esta entrada con una viñeta humorística que me tropecé cuando era adolescente en una revista médica de mi madre (Jano, de Elsevier, no es una revista médica al uso, sino que combina medicina y humanidades). Si mi memoria no me falla más de quince años después, Forges firmaba la viñeta y en ella aparecía un niño que llegaba a casa con un caimán mastodóntico cogido de una correa a modo de mascota mientras su orgulloso padre exclamaba a su atónita madre: «desde pequeño siempre quise tener uno». Ahora que se aproxima la paternidad me acuerdo a todas horas de aquella viñeta que se me quedó grabada a fuego y que me sigue pareciendo la definición perfecta de la paternidad en su variante más peligrosa.
Otra. El jueves pasado un niño vestía camiseta del Atlético de Madrid, justo el día después de la cruel eliminación de los colchoneros, rendidos al embrujo de Karim Benzema en el Calderón. El triste niño pasó una nota en clase bajo cuerda a sus compañeros: «a partir de hoy soy del Madrid, no le digáis nada a mi padre». Lamer tu orgullo herido y tus complejos mediante la exposición a humillación de tu hijo se me antoja una rama poco sensata de educación paternal, supongo.
¿No acojona pensar en dirigir una educación para que tu hijo emule a Zinedine Zidane y tu hija a Virginia Woolf? ¿Se alimenta tu orgullo paternal de los éxitos y triunfos de tus retoños? ¿Si tu hijo es de los más torpes del equipo de balonmano y le cuesta aprobar incluso estudiando sentirás menos satisfacción y vanidad? ¿No vivimos una era de extrema obsesión con el modelado educativo de los hijos para que sean los más mejores y podamos exponerlos como trofeos, desligando al mismo tiempo la responsabilidad de ellos mismos como parte de su educación, sus aspiraciones y su descubrimiento del mundo? ¿No ve cada padre a su retoño como un proyecto de sí mismo en el que canalizar sus obsesiones y frustraciones ignorando conscientemente sus potenciales preferencias y mutilando su libertad? Podría plantear las mil cuestiones similares que me atormentan precisamente en este momento del feto en desarrollo pero lo único que puedo hacer es sentir un agradecimiento infinito por la educación que recibí ahora que me lo planteo como reto.
Dejando de lado tus malevas insinuaciones futboleras, he de decirte que estas mismas reflexiones las hice en voz alta antes de ser padre y se las hice a un amigo, que por aquel entonces estaba a punto de dejar de cambiar pañales. Me escuchó y me dijo -¿Sabes cuál es la primera palabra que aprendió a decir mi hijo?. Pues fue la palabra no.
No menosprecies la personalidad que va a tener tu hijo. Los padres puede que queramos una cosa pero realmente, al menos la mayoría, lo que realmente queremos es que sean felices. Y todos tenemos unos principios, pero, como siempre, los principios son para los demás. Para nosotros, los principios siempre se difuminarán con las circunstancias.
Tienes (tenéis) un futuro apasionante por delante. Algo que no se cuenta, que sólo se vive. Ya iremos hablando.