Bugs Bunny al violín


La Kremerata Baltica con el artista Gidon Kremer.

Tú llegaste a mí cuando me voy.
Eres luz de abril, yo tarde gris.

[Candilejas, Charles Chaplin]

Bugs Bunny regresa al camerino tras otra exitosa actuación y con el eco de los estruendosos aplausos ensuciando un oído más acostumbrado al sonido sutil de la vibración de las cuerdas. Su violín del siglo XVII sigue regalando emotiva armonía para el público y, esta vez, no ha metido el arco en el ojo de su compañera de la izquierda, como la última vez en Hanoi. Hay, por tanto, éxtasis y paz. Volverá a su madriguera feliz, hasta que llegue y sea consciente de que volverá a dormir solo, como todas las noches desde que lo abandonó su familia. Pero qué narices importa dormir solo cuando puedes hacer feliz a tanta gente con tu virtuosismo. O al revés.

En dos semanas he sido agradecido espectador de tres conciertos antagónicos -aunque no sea el adjetivo más preciso ni apropiado- con protagonismo del violín: Menil, la Kremerata Baltica y Marina Catalá. Casi todo lo que habría querido decir sobre la música ya lo dejé escrito en un par de párrafos hace años cerrando un post, mas la emoción de los recientes conciertos motiva la necesidad de plasmar esas sensaciones, no sé si con objetivo de poder rememorarlo cuando lo relea o, simplemente, de comunicarlo al lector.

Menil es un cuarteto de cuerda que borda el gipsy jazz bajo el alma de Django Reinhardt. Pocas veces un concierto vuela tan rápido y reposa tan lento. Los cuatro músicos aprovechan nuestra debilidad para aflorar emoción íntima con Candilejas o Cheek to Cheek y para alegrar el ánimo con Avalon o Hungaria. Algo debe ir bien si hay unanimidad entre el público.

Ya en la Semana de Música Religiosa de Cuenca acudimos al auditorio para presenciar el recital de la orquesta de cámara Kremerata Baltica, encabezada por el violinista septuagenario Gidon Kremer. La experiencia del violín, la tranquilidad de saber que ninguna nota se iba a escapar porque todas iban a fluir para confluir en esa percepción de perfección y armonía grupal. Se sentía la complicidad de Kremer con todos los jóvenes virtuosos bálticos de la orquesta en un concierto de tres piezas como tres soles. Les perdonamos incluso que edulcorasen la última con la proyección de citas célebres de gente como Steve Jobs o Jorge Luis Borges.

En el tercer concierto la joven conquense Marina Catalá acompañó el recital poético de Amparo Ruiz salteando entre poemas diferentes piezas célebres del imaginario colectivo. Todavía con mucho camino por recorrer, se agradece el toque de atención inconsciente para que valoremos el esfuerzo que requiere llegar a altas cotas de perfección en un instrumento tan fascinante.

Y ya esperamos el próximo, que será el sábado que viene en Rada de Haro, esta vez de violoncello. Que la música siga siendo acompañante feliz en tan desnortado mundo.

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