La Curva de la Ambición


Dicen que ahora se ve el Himalaya por el descenso de contaminación.

Greta surcó océanos en catamarán para predicar su doctrina ambiental. Desde Cuenca, faltaría más, no voy a juzgar a una sueca adolescente que se codea con toda la gente importante around the world. En alta mar, donde todo es nada, el patrón le susurró una frase que a ella le cuesta olvidar, «si llevas siempre el viento de cola es porque el viento te marca la dirección». Ella meditó, se negaba a que nadie le soplase el destino, el viento debía ser ella misma. Cómo conseguir luchar de forma efectiva contra el cambio climático más allá de ponencias en la sede de la ONU.

Pocos días después hicieron escala en Hong Kong antes de subir a Wuhan a una conferencia en el país líder en emisiones de dióxido de carbono, cientos de millones de personas con miles de billones de necesidades y aspiraciones. China ya era el país más poderoso del planeta y no quedaba ninguna duda de que implantaría un imperio dominante a nivel mundial tan implacable como su propia política interior. Greta planificó un discurso de perfil agresivo, era el escenario ideal para ser incisiva, aunque luego silenció la mayor por imperativo realista, o mejor, por imperativo y por realismo. De alguna manera pensaba que sería preferible negociar a dictar dogma ambiental.

Al día siguiente Greta concertó un almuerzo -en mi pueblo se almuerza a media mañana pero en esas esferas no tienen las pautas gastronómicas meridianamente claras- con un delegado gubernamental en un mercado de pescados y mariscos de Wuhan. Se trataba de buscar la confluencia de ambas pretensiones: ella anhelaba un mundo en decrecimiento sin dióxido de carbono y con fábricas cerradas y vehículos restringidos para «heredar» un planeta habitable y sostenible, ellos ambicionaban seguir escalando posiciones estratégicas a nivel social y económico, es decir, pretendían por un lado mostrar una cara amable y solidaria al resto del mundo y por otra potenciar su economía mediante la especulación de compras masivas a gran escala planetaria y mediante la adquisición de deuda soberana de países en crisis, a ser posible países occidentales.

Qiang, el delegado gubernamental, eligió comer una sopa de murciélago y pidió otra de pangolín para la joven sueca. El camarero les informó que las últimas raciones las había servido a la mesa de detrás.

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