Trashumancia en dirección Teruel en el solsticio de verano.
La raíz que tú arrancaste
no ha crecido nunca más.
Nadie vino de esa tierra fría
a llorar tu funeral.
[Romance de la plata, Christina Rosenvinge]
Agradezco haber devorado Sumisión a pecho descubierto, sin ir provisto de armas ni del lápiz de subrayar y anotar. Una lectura fugaz para huir del miedo sociológico. Habría sido, esta vez, un combate fatigoso, el lápiz contra las páginas de la novela, contra unas páginas que contienen tanto de una sociedad en decadencia, de una civilización al borde del abismo de la pereza y de la rendición, de un gremio débil contra las cuerdas, de la sumisión de la intelectualidad a la sexualidad, del alcohol como único refugio, del nihilismo suicida que impregna un fundado pesimismo ante el futuro político y el nuevo orden mundial.
Cuando mi hijo me preguntaba qué estaba leyendo le decía que la historia de un señor que no tiene mujer, ni novia, ni padre, ni madre, ni hijos, ni trabajo, ni coche, ni bici, ni apenas amigos. Me miraba triste, con sus dos años y medio, y se iba desinteresado a colocar los números del puzzle en el tren. Y ahí me quedaba yo, a solas con François, temeroso de que se quitase la vida tras el propio suicidio de la civilización europea post grandes guerras, ratificado en la autopsia del historiador británico Arnold J. Toynbee. Él jugando y yo sufriendo.
El viejo cabrón de Houellebecq es un prestidigitador o es un estafador, conclusión poco original para definir siempre al autor de una distopía. Sumisión pasa a la cumbre de lo que he leído del autor junto a El mapa y el territorio, y por encima de Las partículas elementales y Plataforma. Al francés le encanta hacer malabares sociológicos por no decir que aspira a abofetear nuestra ignorancia, inocencia y pereza.
Cuando me sienta preparado, me armaré de lápiz e ideas para enfrentarme otra vez a Sumisión y a Houellebecq. Espero sobrevivir.
P.S. Escuchad la canción de Christina Rosenvinge, un tema terrible y que ella tan bien introduce cuando lo toca en directo, apoteosis de poco amor a un padre.