[fragmentos de las palabras del pasado 15 de agosto]
La suspensión de las fiestas patronales ha conllevado la anulación de procesiones, del acto del pregón de fiestas y coronación de la corte de honor, de los fuegos artificiales que simbolizan el inicio de las fiestas, de comidas y aperitivos populares, de actos deportivos, culturales y solidarios, y de muchos otros eventos que todos los meses de agosto dan vida a nuestro pueblo.
Hemos vivido una etapa de aislamiento y distanciamiento que ha desembocado en estos días de denso vacío, de extraña incertidumbre y sentimientos en tensión. Como si ayer no fuese catorce de agosto ni hoy quince, una realidad que cada persona siente y vive de forma única en su propia singularidad.
Porque, a pesar de todo, sentimos la necesidad de creer, de creer en nuestra fiesta, en nuestra convivencia, en nuestro futuro. Anoche un grupo de gente joven lo significó a la perfección prendiendo una batería improvisada de fuegos artificiales seguida de vítores a la Virgen y al pueblo que los une todos los veranos. Quisieron simbolizar el inicio de las fiestas antes de lanzarse a celebrar con ímpetu y entre amigos lo que merecen. No se puede leer como un gesto romántico vacuo sino como una íntima necesidad colectiva.
Que ahora al terminar la misa no haya invitación popular al vino de honor no significa que no debamos salir a tomarlo con familia y amigos, más bien al contrario, debemos compartir -con prudencia- la alegría de la celebración.
Por último, se recuerda que conservar la calma en mitad de una epidemia es un acto de civismo; el verdadero coraje significa pensar en los demás, sabiendo que todos compartimos la misma fragilidad y necesitamos al prójimo. Seamos conscientes de las consecuencias de nuestras decisiones y nuestros actos, nuestra libertad requiere nuestra responsabilidad individual.