Análisis gráfico de una moción de censura.
Eres tú quien va a cambiar el mundo,
quien destrozará
las teorías de la humanidad.
[Luciérnagas y mariposas, Lori Meyers]
De inicio la jugada era tramposa: Santiago Abascal no había concebido la moción de censura para ofrecerse como legítimo presidente del Gobierno, sino de forma exclusiva como encerrona política a Pablo Casado. Y, precisamente por su maquiavélica concepción, no cabe la interpretación simplista de que el Partido Popular, con su «No» a Vox, ha apoyado al nefasto Gobierno actual. Desde esa óptica, el rechazo de Vox a la coalición España Suma también debería tildarse de apoyo sanchista.
Antes del combate, los analistas y politólogos lo tenían claro: Pablo Casado iba a fracasar. Si se enfrentaba a Abascal, porque perdería un espacio electoral que hasta la llegada de Vox le era fiel por falta de alternativa. Y, si apoyaba la moción de censura, porque coronaba al ex-militante popular como jefe de la oposición, y en ese barro de jugar a ser Vox siempre iba a ganar el original. En el filo del precipicio, Casado optó por la instintiva sensatez: marcar distancias a nivel ideológico y práctico con los postulados que había defendido, con bastante torpeza y mezclando churras con merinas por cierto, Abascal.
De hecho, paradójicamente, Casado debe ahora agradecer al líder de Vox que le haya brindado la oportunidad de exponer, en un escaparate hostil, su proyecto político y demostrar su incuestionable capacidad parlamentaria. Su genuino discurso perfiló su liderazgo y mostró con convencimiento el amplio espectro político que ocupa el Partido Popular, diferenciándose del resto de partidos de su entorno en una concepción lineal de la política que ya ha quedado obsoleta.
Más allá de los puntos de conexión ideológica, y de que la gran mayoría de los votantes de Vox no se enmarcan en la extrema derecha sino en una derecha tradicional que sintieron huérfana en un tiempo pasado, Pablo Casado supo visibilizar las diferencias y marcar distancia con un partido concebido como de extrema derecha. Porque el Partido Popular debe desmarcarse del discurso eurófobo, xenófobo, excluyente, nacionalista y populista de Santiago Abascal.
Así, el líder popular perfiló con precisión los márgenes que separan al Partido Popular de Vox más allá de los puntos de confluencia: la defensa de la Unión Europea como convencimiento de que unidos en un mundo globalizado somos más fuertes, el deseo de una España unida y plural en contra de la monolítica concepción nacional de Vox y la defensa del Estado de Derecho enmarcado en una Constitución a la que Abascal hiere en su discurso. En una provincia como la nuestra, tan dependiente a día de hoy del apoyo económico europeo a la agricultura y la ganadería, se antoja contradictorio el discurso euroescéptico.
De este modo, desde el pasado 22 de octubre se ha iniciado la compleja y larga travesía del ensanche de la centroderecha nacional a la luz de Pablo Casado, consciente tanto de su arriesgada apuesta como de la necesidad de tiempo para favorecer la decantación del ensanche, entendido más como atracción magnética que como aspiradora forzada. No resulta, como es evidente, baladí el asunto por muchas cuestiones entre las que se podrían destacar dos.
La primera, la dificultad de generar expectativa e ilusión en un votante frustrado al que Vox atrae vía populismo utópico. Deberá Casado arremangarse para convencer y subrayar más lo que diferencia que lo que une para que el votante pueda discernir su legítima opción. Ya le sucedió, en el espectro opuesto, a Podemos, que arrancó la ilusión de la izquierda pero que ha pasado, en tres años y tres elecciones generales, de 71 a 35 diputados. Y también le ha ocurrido, una vez apagada la percepción de ilusión, a la extrema derecha en Europa: Amanecer Dorado en Grecia ha desaparecido del Consejo de los Helenos y el Partido Liberal de Austria ha pasado del 26% al 16% de apoyo electoral.
La segunda, el frente de batalla que se abre en las redes sociales, donde las noticias falsas se expanden exponencialmente más rápido que las veraces y se fomenta inmisericorde la polarización de los discursos. Sin ir más lejos, Macarena Olona se jacta ahora de la pérdida de seguidores en Twitter de algunos parlamentarios populares tras la moción, como si su objetivo fuese ese, la política como trending topic. Sin embargo, y sin duda, no se debe minusvalorar la capacidad de las redes sociales para transmitir un sentir y generar una tendencia que arrastre ilusiones y voluntades. En el barro del populismo cobra, si cabe, más sentido utilizar el argumento sólido como arma de futuro.
Y, mientras tanto, tiempo al tiempo.