Homenaje de los dominicos a Santa Catalina en Villaescusa de Haro.
La miro pensando cuánto faltará para que empiece a odiar
la forma que tengo de amarla tan mal, mi manera de huir
que no puedo parar.
[Demasiadas mujeres, C. Tangana]
Un viernes, primero de cuaresma, 21 de febrero del año 1535, llegó a Villaescusa de Haro un grupo de una docena de frailes dominicos encabezado por fray Pablo de la Cruz, fray Lorenzo de Santa Catalina y fray Gaspar Portugués. El domingo siguiente predicó fray Pablo con tanta dignidad y satisfacción de eclesiásticos y seglares que les solicitaron que se quedasen allí y fundasen un monasterio de su Sagrado Orden.
Pocas semanas después, en marzo de ese mismo año, el concejo de la villa ofreció a la pequeña comunidad dominica un terreno libre de cargas y amojonado en la cuesta de Santa Bárbara. Y así, el domingo 23 de marzo, Domingo de Pasión, los predicadores ocuparon el interior de la ermita homónima, a día de hoy parcialmente en pie. Y allí permanecieron, entre estrecheces e incomodidades, hasta 1537 «soportando estoicamente todos los inconvenientes que ofrecía un lugar extramuros de la villa».
En 1537, los frailes se trasladaron a una casa que les asignó el ayuntamiento junto a la iglesia parroquial, en la calle de San Pedro, donde permanecerían hasta 1542. La leyenda narra que la mayoría de los doce obispos de la villa nacieron en esa calle que tantos siglos después sigue conservando su nombre, que también lo asume la propia iglesia parroquial. Se sabe, no obstante, que el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, fundador y mecenas del convento de los dominicos, nació en la que hoy es la calle fray Fernando Mena, la empinada cuesta que baja desde el punto más elevado del pueblo a la plaza de la villeta.
Pronto se cumplirán cinco siglos desde que los dominicos se instalaran en la calle San Pedro, de forma temporal mientras se edificaba el magnífico convento al sureste, y aún perdura la portada de piedra que daba acceso a la vivienda conventual.
Coronando la portada, y labrada en piedra, destaca la rueda de cuchillas afiladas, signo del martirio de Santa Catalina de Alejandría, mártir del s. IV que falleció decapitada. Era costumbre entre las órdenes mendicantes, dominicos y trinitarios, establecer como santos intercesores en la génesis de las fundaciones precisamente a mártires como la santa egipcia. Recuérdese asimismo que uno de los dos frailes fundadores se llamaba fray Lorenzo de Santa Catalina; el otro, fray Pablo, dio a su vez nombre al convento, denominado originariamente «de Santo Domingo» y posteriormente «de la Santa Cruz».
La inscripción que se conserva en la portada reza: «VIRGINIS OB MERITUM MANET HOC MEMORABILE SIGNUM» (virgen por mérito, permanece este memorable signo). Esta estrofa pertenece a un canto en honor a Santa Catalina que se cantaba en su fiesta del 25 de noviembre. También se observa el grabado de una flor de la azucena, símbolo de pureza, relativo a la virginidad consagrada a Dios de la mártir cristiana.
Y el pórtico convive con los villaescuseros, tapiado y discreto, ajeno al paso de los tiempos, símbolo perpetuo de los comienzos humildes de un puñado de frailes mendicantes que conocerían el sabor de la gloria pocos años después gracias a la intercesión -económica y religiosa- del obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal.
P.S. Qué inmenso agradecimiento a Enrique Lillo por investigar con asombro y de forma exhaustiva la historia de los frailes dominicos, a Juan Manuel Millán por saberlo todo sobre la historia del pueblo, y transmitirlo con precisión y pasión, y a Fernando Fdez Cano por el asesoramiento histórico-religioso.