Se le desangra en lágrimas la infancia hecha pedazos.
Siente miedo y congoja. Le tiemblan las rodillas.
No es peor el infierno que este feroz instante,
ni la muerte es más muerte que su niñez en ruinas.
Ella ignora que hay manos que son golpes de fuego,
y que hay tactos inmundos que escarban y acuchillan
mientras buscan tibiezas de imposibles rincones
en su carne novicia.
[…]
Ella sólo sabía del vuelo de sus trenzas
cuando estaba jugando al filo de la risa.
Ella sabía de arrullos de maternal fragancia
y el beso que el crepúsculo pintaba en sus mejillas.
Ahora sabe más cosas. Sabe espigas tronchadas
y sabe cielos sucios de escombro y de ceniza.
Está llorando entera la niñez en abrojos.
Su inocencia tirita.
[Juana Pines – El silencio de Dios]
Escupe la tierra
y el mármol
de vestidos manchados
de pequeñas muñecas,
forzada a abrazar
el odio
y la memoria
con restos de sangre
y de infierno
Inspirada en en libro Momo de Michael Ende.
Inocentes rizos de color pelirrojo,
sucios y viejos trapos le sirven de abrigo,
viejas y araposas muñecas juegan con ella,
a pesar de lo triste que pareciera,
sus ganas de vivir y su imaginación la hacen ser feliz.
Tal extraordinario personalidad,
no pasa desapercibida para ellos,
los terribles hombre grises,
que todo lo quieren volver gris,
inocencentes rizos de color gris,
muñecas de colorines que ocultan oscuros y grises deseos,
transformar la inocencia en gris,
acabar con una ñiñez y empezar una gris tortura.